miércoles, 8 de diciembre de 2010

Alicia (Parte IV)

Pobre Alicia. Sentía como si se hubiera acabado el mundo, que las flores le daban la espalda, que no quedaba más luz y todo se oscurecía, que tenía ganas de llorar. Su pelo rubio se tiñó del color de la sangre del niño y se acercó rápidamente a coger la bici para quedarse ciega y no ver nada.

Le temblaba el cuerpo, no podía gritar, estaba paralizada. Entonces se estiró en el suelo, intentó sentir algo, que las plantas le avisaran, le ayudaran, le salvaran. Cogió una pequeña flor y la apretó con sus manos, pero no latía, no la sentía. Se levantó, se puso bien la ropa y llegó a la conclusión de que estaba realmente desesperada. Nunca había tenido la piel tan sucia y la ropa tan limpia.

Alex tenía el pecho completamente abierto, la piel estaba separada en dos y se veía el corazón en medio que se esforzaba por continuar latiendo. Las manos estaban encima del charco de sangre, se ensuciaban y se bañaban, volviéndose de color rojo. La ropa no podía estar más sucia, estaba mojada, manchada y rota.

La niña, inmovilizada, reaccionó de golpe. A lo mejor había escuchado una voz, a lo mejor el viento removió su pelo, o puede que los ojos se abrieran y se secaran, intentando acabar ya con su tristeza.

Sí, sabía lo que tenía que hacer. Se acercó al chico, le miró la cara. Estaba despierto y respiraba a duras penas, su cuerpo se estremecía y temblaba. Tenía los ojos llorosos y la boca abierta, como para coger todo el aire que pudiera.

Al fin, ella se aproximó y le dio el primer beso en los labios.

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