jueves, 28 de octubre de 2010

Era una noche fría pero yo tenía mucho calor. Iba muy abrigado y mis pies caminaban intentando avanzar lo más rápido posible, sin poder correr. El corazón me latía a toda prisa, cada golpe que pegaba parecía un martillazo en mi cuerpo, a lo mejor se me notaba y todo desde fuera de mi abrigo.

Estaba nervioso, mi cuerpo me pedía algo que podía identificar muy claramente, lo necesitaba y lo quería ya. Me temblaban las manos, los dedos me dolían mucho, deseaban palpar aquello que buscaban, sentir que no estaban muertos. Sentía espasmos en las piernas, estaban a punto de echar a correr y tenía miedo de desmayarme.

Y no había nadie en la calle. La oscuridad dibujaba sólo sombras y las personas se escondían, invisibles a mis ojos. Qué rabia, ¿porqué no había nadie? Me moriría si no me encontraba con alguien, necesitaba una persona, una sola persona más.

Entonces mis ojos le vieron y enloquecieron, casi soltaron lágrimas. Había una persona, un hombre. Estaba un poco lejos pero le veía clarísimo, su cuerpo parecía brillar. Apareció para que me tranquilizara, para conseguir mi objetivo. Mi cuerpo vibraba de la emoción pero descansaba, se relajaba, había llegado el momento.

Al acercarme me di cuenta de que algo no iba bien. Con todo el frío que hacía, el hombre estaba desnudo. Se me helaron los huesos sólo de verlo, pero me daba igual cómo fuera el personaje, sólo quería una cosa.

Empecé a golpearle con los puños, con los pies, le mordí, le tiré del pelo… Esperando que gritara, pero él ni se inmutaba. Cuando mi cuerpo paró de temblar y se relajó, pude dejar al hombre en paz. Tal y como llegué, me fui. No sé qué fue del hombre, tampoco sé en qué estado se encontraba.

No tenía sangre en mis manos, no recordaba casi nada. ¿Le había golpeado, de verdad que sí? Oh, dios, qué sensación más rara. Me fui a mi casa, estaba agotado y no quería despertarme al día siguiente, no para tener fija en mi mente la imagen del hombre desnudo al que yo creo que no había mirado a la cara en absoluto.

jueves, 21 de octubre de 2010

Alicia (Parte II)

Sus manos eran pequeñas y se podían meter en cualquier sitio, por eso era tan bueno en su trabajo. Pero sus dedos ya no eran como antes, se notaba que se había herido alguna vez con la aguja y se notaba la piel envejecida por el paso del tiempo.

Su trabajo era mágico, pero también incomprendido por muchos. Lo amaba y mucha gente lo disfrutaba. Ayudaba a la gente a ser más feliz, ¿qué tenía de malo eso? Pues, básicamente, el modo de hacerlo. Y es que Alex arreglaba corazones rotos.

Tumbaba a la persona en una camilla y le abría el pecho muy cuidadosamente. En el momento en que tocaba el corazón con sus manos, se producía una conexión entre los dos seres que sólo se rompía en el momento en que el corazón estaba curado.

Con una aguja cosía las roturas y, acariciando la superficie del corazón, se arreglaba todo. Los latidos del músculo ayudaban a que se juntaran las partes separadas, las caricias y los masajes con los dedos aliviaban las angustias y la conversación que mantenían las dos personas curaba el alma y dejaba el corazón como nuevo.

Era un trabajo largo y complicado, pero siempre le había dado buenos resultados. Hasta que un día llegó un hombre pidiendo ayuda. El joven se puso a trabajar rápidamente pero sucedió algo malo.

En cuanto se produjo la conexión, un escalofrío recorrió la espalda de Alex y su vista se nubló y perdió el equilibrio. De golpe, notó cómo unas sombras le cubrían y sintió pánico. El hombre tumbado en la camilla no entendía nada e intentó ayudar al joven a levantarse, que apartó su brazo bruscamente. Pero prácticamente no podía moverse, ya que tenía el pecho abierto.

Alex huyó y empezó a correr, sentía que las sombras le perseguían, que querían cubrirle y dejarle ciego, pero amaba demasiado el mundo como para dejar de observarlo, no lo permitiría.

Corrió por el campo y sintió como si el mundo le negara un refugio, las hierbas le ataban los pies e impedían que huyera, las raíces de los árboles salían de golpe del suelo para que tropezara y se cayera. Pero entonces vio una bicicleta. Era perfecta, le serviría para avanzar con más rapidez, tenía la fría sensación de que las sombras le encontrarían en pocos segundos y con la bici podría huir, aunque era de color rosa.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Intentaba darse prisa. Necesitaba llegar a casa lo más rápido posible, pero no vivía cerca. Parecía que iba a llover y eso le puso nervioso. Se iba a empapar.

El día no había ido demasiado bien, deseaba que acabara ya, poder llegar a casa lo más rápido posible y olvidarse de todo. Pero antes tenía que ir con cuidado, llevaba algo muy preciado en la mano, no podía guardarlo en ningún otro sitio y, sobretodo, no podía perderlo.

Entró en su casa. Había empezado a llover cuando faltaba poco para que llegar, por suerte no se había mojado demasiado. Entró en su habitación, iba a guardar su tesoro.
 
Sacó un vaso y ahí depositó, junto con las otras, la lágrima. Después de contemplarlas, las volvió a guardar, para esconder sus tristezas, pero para recordarlas siempre.

domingo, 17 de octubre de 2010

Alicia (Parte I)

Alicia estaba sentada en el suelo, apoyada en un árbol enorme. Todo lo que veía era verde y hacía que se sintiese feliz. Llevaba un vestido nuevo de color azul, pero se estaba ensuciando. Seguro que su madre se enfadaría, ya se la imaginaba poniéndose bien las gafas y diciendo algo como “¿Pero cómo se te ocurre?” o “¿En qué estabas pensando?”. Pero en estos momentos no le importaba en absoluto.

Se estiró para poder acariciar la hierba. Sintió que podía tocarlo todo, que su cuerpo se unía a todo aquello que palpaba, incluso que se transformaba en árbol para besar las hojas con la punta de los labios.

Alicia no iría al País de las Maravillas, no aparecería ningún conejo para poder perseguirlo y empezar la mayor aventura de su vida. Ésta no era esa Alicia. Así pues, como no tenía la obligación de viajar, se puso a jugar. Le encantaba agarrar las flores y apretarlas con las manos para poder sentir con más fuerza el contacto con su piel. También le gustaba mirar los insectos e incluso tocarlos.

Por fin decidió levantarse del suelo. Se miró el vestido y se sorprendió. Vaya, cómo podía estar tan sucio, su madre se iba a enfadar muchísimo. Pero ahora ya no podía hacer nada.

Fue a buscar su bicicleta, la había dejado a unos pocos metros, pero no estaba. Alicia se asustó y se puso nerviosa, dónde podía estar su bici de color rosa, no había visto a nadie pasar por allí. Dio un rodeo por la zona pero no la encontró, así que se tuvo que ir a casa andando, triste y preocupada, a la espera de la bronca de su madre.

Todo lo que dejaba atrás Alicia se volvía oscuro y feo, pero ella lo veía todo verde y colorido, aunque estaba triste por su bicicleta.

Pero ya la encontrarás, ya, Alicia.

jueves, 14 de octubre de 2010

Día Cero

Después de tantas horas de silencio, siento que debo volver al día cero. No consigo entender qué ha pasado desde el último día, sólo sé que lo dejé y lo perdí todo. Tras pensar en ello, siento que mi vida no tiene sentido y necesito llenarla de color de  nuevo. Me enorgullezco de los objetivos que conseguí, me disgustan los que fracasaron en el intento, pero me molestan los que hace tanto que están en el camino y he abandonado sin saber porqué.

Por eso regreso al día cero, para volver a empezar. Para recordar lo que significa soñar y ser feliz. Para encontrar mi camino. Para volver a latir y sentir qué significa vivir. Los latidos del corazón me harán saber que empezó la vida, que empieza algo nuevo, con miedo y desconfianza, pero al menos ya no escucho el silencio.

Empieza Día Cero, con la esperanza de entonces llegar al día uno.