miércoles, 1 de diciembre de 2010

SIDA

Sentada en el suelo se miraba las uñas, se las había pintado de color rojo para que conjuntaran con su vestido. Su pelo, más bien pelirrojo, era suave, sedoso, liso y bien cuidado. Se miraba las uñas porque estaba cansada de mirar las paredes blancas, de ver caras y rostros que no conocía.

Se levantó y acarició la pared. Otra vez, ahí estaban los malditos retratos. Arañó la pared como intentando romper las fotografías. Le dio un golpe con el puño, luego con el codo, gritó y lloró, pero no pasó nada.

Se peinó, se puso bien el vestido y se volvió a sentar. Se pasó la tarde entera en el suelo, que ella veía maravillosamente limpio, brillante y reluciente, pero en realidad estaba sucio y destruido.

Pobre mujer, qué fea y sola estaba. Su vestido desgastado había perdido su vida, las uñas estaban mordidas y poco cuidadas, como su pelo, como si no le hubieran pasado un peine en años. Pero ella seguía ahí sentada, más bien estirada, en el féretro viejo que el tiempo y la muerte ensuciaron.

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