jueves, 21 de octubre de 2010

Alicia (Parte II)

Sus manos eran pequeñas y se podían meter en cualquier sitio, por eso era tan bueno en su trabajo. Pero sus dedos ya no eran como antes, se notaba que se había herido alguna vez con la aguja y se notaba la piel envejecida por el paso del tiempo.

Su trabajo era mágico, pero también incomprendido por muchos. Lo amaba y mucha gente lo disfrutaba. Ayudaba a la gente a ser más feliz, ¿qué tenía de malo eso? Pues, básicamente, el modo de hacerlo. Y es que Alex arreglaba corazones rotos.

Tumbaba a la persona en una camilla y le abría el pecho muy cuidadosamente. En el momento en que tocaba el corazón con sus manos, se producía una conexión entre los dos seres que sólo se rompía en el momento en que el corazón estaba curado.

Con una aguja cosía las roturas y, acariciando la superficie del corazón, se arreglaba todo. Los latidos del músculo ayudaban a que se juntaran las partes separadas, las caricias y los masajes con los dedos aliviaban las angustias y la conversación que mantenían las dos personas curaba el alma y dejaba el corazón como nuevo.

Era un trabajo largo y complicado, pero siempre le había dado buenos resultados. Hasta que un día llegó un hombre pidiendo ayuda. El joven se puso a trabajar rápidamente pero sucedió algo malo.

En cuanto se produjo la conexión, un escalofrío recorrió la espalda de Alex y su vista se nubló y perdió el equilibrio. De golpe, notó cómo unas sombras le cubrían y sintió pánico. El hombre tumbado en la camilla no entendía nada e intentó ayudar al joven a levantarse, que apartó su brazo bruscamente. Pero prácticamente no podía moverse, ya que tenía el pecho abierto.

Alex huyó y empezó a correr, sentía que las sombras le perseguían, que querían cubrirle y dejarle ciego, pero amaba demasiado el mundo como para dejar de observarlo, no lo permitiría.

Corrió por el campo y sintió como si el mundo le negara un refugio, las hierbas le ataban los pies e impedían que huyera, las raíces de los árboles salían de golpe del suelo para que tropezara y se cayera. Pero entonces vio una bicicleta. Era perfecta, le serviría para avanzar con más rapidez, tenía la fría sensación de que las sombras le encontrarían en pocos segundos y con la bici podría huir, aunque era de color rosa.

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