En medio de la selva había una mesa de madera muy grande para que todos los comensales pudieran probar los manjares que había preparado la cocinera con tanto esmero toda la mañana.
Había un cerdo que engullía todo lo que se le ponía delante. Lo más desagradable no era ver su boca llena de comida mal masticada, sino su boca llena de palabras e ideas estúpidas. A su lado, una conejita le miraba, le escuchaba y a veces reía sus gracias mientras comía y comía y comía y comía…
–¿En la edad medieval? –decía el cochino– ¿Cómo iban a haber universidades en aquella época? Entonces rezaban y se iban a la guerra, y ya está.
Aquel día se hablaba de la educación, dado que uno de los conejitos blancos de orejas negras había dicho que no quería estudiar. El asno, que estaba sentado a su lado, le había hablado de lo importante que era la educación, poniendo como ejemplo los progresos a lo largo de la historia gracias al estudio. El pobre, ante todo, tenía buenas intenciones.
Primero de todo, el cerdo se ofendió y dijo que el conejito tenía que hacer lo que quisiera, que al fin y al cabo, las personas sobrevivían por el trabajo y los quehaceres del día a día. Acabó eructando estruendosamente para dejar claro que el tema se había terminado, sólo quedaba comer.
Entonces la cocinera, viendo que el silencio empezaba a reinar en la mesa y que la comida se acababa demasiado rápido, empezó a sacar temas banales para animar al cerdo, el único que podía animar la comida, aunque fuera con estúpidos comentarios. Se criticó el rey de la selva, los humanos (usurpadores irrespetables), las flores que todavía no habían nacido en la primavera…
Pero quien realmente animó la fiesta fueron los monos. Bailaron encima y debajo de la mesa, gritando, cantando y robando las sonrisas de algunos invitados, aunque sus labios estuvieran sucios y llenos de comida. Pero también supieron sacar el enfado, cuando prácticamente todos los miembros de la mesa acabaron por gritarles y abuchearles.
Y la comida llegó a su final, con toda la mesa llena de restos de comida. Pero no nos olvidemos de la serpiente. Había estado allí toda la comida, aunque prácticamente nadie se haya dado cuenta, calculando y pensando dentro de su estupidez cómo comer más sin que nadie se diera cuenta. La solución era muy sencilla: enrollándose alrededor de todos los asistentes, casi inmovilizándolos, para atacar en un momento dado. Lo haría con una sonrisa en la cara y riendo muy fuerte, casi gritando, sobre todo gritando.
lunes, 13 de diciembre de 2010
miércoles, 8 de diciembre de 2010
Alicia (Parte IV)
Pobre Alicia. Sentía como si se hubiera acabado el mundo, que las flores le daban la espalda, que no quedaba más luz y todo se oscurecía, que tenía ganas de llorar. Su pelo rubio se tiñó del color de la sangre del niño y se acercó rápidamente a coger la bici para quedarse ciega y no ver nada.
Le temblaba el cuerpo, no podía gritar, estaba paralizada. Entonces se estiró en el suelo, intentó sentir algo, que las plantas le avisaran, le ayudaran, le salvaran. Cogió una pequeña flor y la apretó con sus manos, pero no latía, no la sentía. Se levantó, se puso bien la ropa y llegó a la conclusión de que estaba realmente desesperada. Nunca había tenido la piel tan sucia y la ropa tan limpia.
Alex tenía el pecho completamente abierto, la piel estaba separada en dos y se veía el corazón en medio que se esforzaba por continuar latiendo. Las manos estaban encima del charco de sangre, se ensuciaban y se bañaban, volviéndose de color rojo. La ropa no podía estar más sucia, estaba mojada, manchada y rota.
La niña, inmovilizada, reaccionó de golpe. A lo mejor había escuchado una voz, a lo mejor el viento removió su pelo, o puede que los ojos se abrieran y se secaran, intentando acabar ya con su tristeza.
Sí, sabía lo que tenía que hacer. Se acercó al chico, le miró la cara. Estaba despierto y respiraba a duras penas, su cuerpo se estremecía y temblaba. Tenía los ojos llorosos y la boca abierta, como para coger todo el aire que pudiera.
Al fin, ella se aproximó y le dio el primer beso en los labios.
Le temblaba el cuerpo, no podía gritar, estaba paralizada. Entonces se estiró en el suelo, intentó sentir algo, que las plantas le avisaran, le ayudaran, le salvaran. Cogió una pequeña flor y la apretó con sus manos, pero no latía, no la sentía. Se levantó, se puso bien la ropa y llegó a la conclusión de que estaba realmente desesperada. Nunca había tenido la piel tan sucia y la ropa tan limpia.
Alex tenía el pecho completamente abierto, la piel estaba separada en dos y se veía el corazón en medio que se esforzaba por continuar latiendo. Las manos estaban encima del charco de sangre, se ensuciaban y se bañaban, volviéndose de color rojo. La ropa no podía estar más sucia, estaba mojada, manchada y rota.
La niña, inmovilizada, reaccionó de golpe. A lo mejor había escuchado una voz, a lo mejor el viento removió su pelo, o puede que los ojos se abrieran y se secaran, intentando acabar ya con su tristeza.
Sí, sabía lo que tenía que hacer. Se acercó al chico, le miró la cara. Estaba despierto y respiraba a duras penas, su cuerpo se estremecía y temblaba. Tenía los ojos llorosos y la boca abierta, como para coger todo el aire que pudiera.
Al fin, ella se aproximó y le dio el primer beso en los labios.
miércoles, 1 de diciembre de 2010
SIDA
Sentada en el suelo se miraba las uñas, se las había pintado de color rojo para que conjuntaran con su vestido. Su pelo, más bien pelirrojo, era suave, sedoso, liso y bien cuidado. Se miraba las uñas porque estaba cansada de mirar las paredes blancas, de ver caras y rostros que no conocía.
Se levantó y acarició la pared. Otra vez, ahí estaban los malditos retratos. Arañó la pared como intentando romper las fotografías. Le dio un golpe con el puño, luego con el codo, gritó y lloró, pero no pasó nada.
Se peinó, se puso bien el vestido y se volvió a sentar. Se pasó la tarde entera en el suelo, que ella veía maravillosamente limpio, brillante y reluciente, pero en realidad estaba sucio y destruido.
Pobre mujer, qué fea y sola estaba. Su vestido desgastado había perdido su vida, las uñas estaban mordidas y poco cuidadas, como su pelo, como si no le hubieran pasado un peine en años. Pero ella seguía ahí sentada, más bien estirada, en el féretro viejo que el tiempo y la muerte ensuciaron.
Se levantó y acarició la pared. Otra vez, ahí estaban los malditos retratos. Arañó la pared como intentando romper las fotografías. Le dio un golpe con el puño, luego con el codo, gritó y lloró, pero no pasó nada.
Se peinó, se puso bien el vestido y se volvió a sentar. Se pasó la tarde entera en el suelo, que ella veía maravillosamente limpio, brillante y reluciente, pero en realidad estaba sucio y destruido.
Pobre mujer, qué fea y sola estaba. Su vestido desgastado había perdido su vida, las uñas estaban mordidas y poco cuidadas, como su pelo, como si no le hubieran pasado un peine en años. Pero ella seguía ahí sentada, más bien estirada, en el féretro viejo que el tiempo y la muerte ensuciaron.
jueves, 25 de noviembre de 2010
Estirat al llit sento que els braços se m’enlairen, amb ràbia no els puc atrapar. Els dits se m’estiren, mentre que les ungles creixen per esgarrapar el meu alè. Les cames se’m glacen i salten a terra en un intent per poder sobreviure. Els cabells s’han tornat verds i als braços m’hi surten fulles. La pell se m’estira i se’m torna rígida, es pinta de color marró.
Al cap em torturen els crits, els seus sanglots de pànic. És un xiscle agut, estrident, se’m fixa al cap permanentment. En un atac de nervis, en l’últim moment, per fi aconsegueixo cridar:
- Calla, Dafne! Ara Apol•lo em persegueix a mi!!
Ja s’ha acabat tot, em dono per vençut, sóc un arbre. Crec que he mort. Ho ha fet la meva persona, que s’amaga dins de l’escorça. Però ha nascut una flor. Per fi l’oloro, no sé si m’agrada més el seu tacte, no sé si em sento feliç o trist.
Les llàgrimes em couen per dins i una nova tortura m’atabala: els meus crits, que no callen. Sé que em perforaran el cervell per sempre més.
Al cap em torturen els crits, els seus sanglots de pànic. És un xiscle agut, estrident, se’m fixa al cap permanentment. En un atac de nervis, en l’últim moment, per fi aconsegueixo cridar:
- Calla, Dafne! Ara Apol•lo em persegueix a mi!!
Ja s’ha acabat tot, em dono per vençut, sóc un arbre. Crec que he mort. Ho ha fet la meva persona, que s’amaga dins de l’escorça. Però ha nascut una flor. Per fi l’oloro, no sé si m’agrada més el seu tacte, no sé si em sento feliç o trist.
Les llàgrimes em couen per dins i una nova tortura m’atabala: els meus crits, que no callen. Sé que em perforaran el cervell per sempre més.
jueves, 4 de noviembre de 2010
Alicia (Parte III)
Cada pisada que daba se transformaba en color, en algo suave, dulce y adorable para besar. Sus manos acariciaban el viento y entre sus dedos sentía el amor y ternura que removía el pelo al ritmo de sus pasos.
Encontró un árbol y lo acarició. Alicia se sentía muy atraída por los árboles, a veces sentía que ella era uno, que sus brazos producían frutas. Se sentía feliz al ver nacer una nueva vida y se entristecía al verla morir.
Con la mano que acarició la corteza se tocó la mejilla y los labios, que temblaron de placer. Amaba la vida, le encantaba mirar la luz del día, para poder ver su pelo brillar, sin dejar de sonreír.
Entonces tropezó y se cayó por una pendiente. La hierba se agarró a su ropa para que no cayera más, las flores le mordían el pelo y las raíces de los árboles soplaban para que la niña no se hiciera daño.
Se levantó. Se puso bien la ropa (qué mala pata, el vestido sucio de nuevo, su madre no le dejaría salir más, seguro) y se peinó como pudo, pero el viento le ayudó a que estuviera guapa y radiante como siempre.
Miró los árboles, le habían jugado una mala pasada. Le habían hecho una broma, así que empezó a reírse sin poder parar. Entre las lágrimas que envolvían sus ojos le pareció ver a alguien, así que se calmó de golpe.
Escuchó un llanto, unas lágrimas, pero no como las suyas. Era el sonido más desagradable que había oído nunca. Se le erizó la piel y le temblaron las piernas, pero se acerco al sitio de donde venía el ruido.
Había un chico estirado en el suelo con el pecho abierto y cubierto de sangre. Alicia se asustó, pero aún así tuvo el valor de acercarse. No podía dejar de mirarle, su cara, sucia y mojada, llena de dolor y sufrimiento. Su cuerpo encharcado en sangre, qué horror, era como una pesadilla. Apartó la vista y vio algo que le llamó la atención. Se sorprendió y dijo:
- ¡Eh, esa es mi bici!
Encontró un árbol y lo acarició. Alicia se sentía muy atraída por los árboles, a veces sentía que ella era uno, que sus brazos producían frutas. Se sentía feliz al ver nacer una nueva vida y se entristecía al verla morir.
Con la mano que acarició la corteza se tocó la mejilla y los labios, que temblaron de placer. Amaba la vida, le encantaba mirar la luz del día, para poder ver su pelo brillar, sin dejar de sonreír.
Entonces tropezó y se cayó por una pendiente. La hierba se agarró a su ropa para que no cayera más, las flores le mordían el pelo y las raíces de los árboles soplaban para que la niña no se hiciera daño.
Se levantó. Se puso bien la ropa (qué mala pata, el vestido sucio de nuevo, su madre no le dejaría salir más, seguro) y se peinó como pudo, pero el viento le ayudó a que estuviera guapa y radiante como siempre.
Miró los árboles, le habían jugado una mala pasada. Le habían hecho una broma, así que empezó a reírse sin poder parar. Entre las lágrimas que envolvían sus ojos le pareció ver a alguien, así que se calmó de golpe.
Escuchó un llanto, unas lágrimas, pero no como las suyas. Era el sonido más desagradable que había oído nunca. Se le erizó la piel y le temblaron las piernas, pero se acerco al sitio de donde venía el ruido.
Había un chico estirado en el suelo con el pecho abierto y cubierto de sangre. Alicia se asustó, pero aún así tuvo el valor de acercarse. No podía dejar de mirarle, su cara, sucia y mojada, llena de dolor y sufrimiento. Su cuerpo encharcado en sangre, qué horror, era como una pesadilla. Apartó la vista y vio algo que le llamó la atención. Se sorprendió y dijo:
- ¡Eh, esa es mi bici!
jueves, 28 de octubre de 2010
Era una noche fría pero yo tenía mucho calor. Iba muy abrigado y mis pies caminaban intentando avanzar lo más rápido posible, sin poder correr. El corazón me latía a toda prisa, cada golpe que pegaba parecía un martillazo en mi cuerpo, a lo mejor se me notaba y todo desde fuera de mi abrigo.
Estaba nervioso, mi cuerpo me pedía algo que podía identificar muy claramente, lo necesitaba y lo quería ya. Me temblaban las manos, los dedos me dolían mucho, deseaban palpar aquello que buscaban, sentir que no estaban muertos. Sentía espasmos en las piernas, estaban a punto de echar a correr y tenía miedo de desmayarme.
Y no había nadie en la calle. La oscuridad dibujaba sólo sombras y las personas se escondían, invisibles a mis ojos. Qué rabia, ¿porqué no había nadie? Me moriría si no me encontraba con alguien, necesitaba una persona, una sola persona más.
Entonces mis ojos le vieron y enloquecieron, casi soltaron lágrimas. Había una persona, un hombre. Estaba un poco lejos pero le veía clarísimo, su cuerpo parecía brillar. Apareció para que me tranquilizara, para conseguir mi objetivo. Mi cuerpo vibraba de la emoción pero descansaba, se relajaba, había llegado el momento.
Al acercarme me di cuenta de que algo no iba bien. Con todo el frío que hacía, el hombre estaba desnudo. Se me helaron los huesos sólo de verlo, pero me daba igual cómo fuera el personaje, sólo quería una cosa.
Empecé a golpearle con los puños, con los pies, le mordí, le tiré del pelo… Esperando que gritara, pero él ni se inmutaba. Cuando mi cuerpo paró de temblar y se relajó, pude dejar al hombre en paz. Tal y como llegué, me fui. No sé qué fue del hombre, tampoco sé en qué estado se encontraba.
No tenía sangre en mis manos, no recordaba casi nada. ¿Le había golpeado, de verdad que sí? Oh, dios, qué sensación más rara. Me fui a mi casa, estaba agotado y no quería despertarme al día siguiente, no para tener fija en mi mente la imagen del hombre desnudo al que yo creo que no había mirado a la cara en absoluto.
jueves, 21 de octubre de 2010
Alicia (Parte II)
Sus manos eran pequeñas y se podían meter en cualquier sitio, por eso era tan bueno en su trabajo. Pero sus dedos ya no eran como antes, se notaba que se había herido alguna vez con la aguja y se notaba la piel envejecida por el paso del tiempo.
Su trabajo era mágico, pero también incomprendido por muchos. Lo amaba y mucha gente lo disfrutaba. Ayudaba a la gente a ser más feliz, ¿qué tenía de malo eso? Pues, básicamente, el modo de hacerlo. Y es que Alex arreglaba corazones rotos.
Tumbaba a la persona en una camilla y le abría el pecho muy cuidadosamente. En el momento en que tocaba el corazón con sus manos, se producía una conexión entre los dos seres que sólo se rompía en el momento en que el corazón estaba curado.
Con una aguja cosía las roturas y, acariciando la superficie del corazón, se arreglaba todo. Los latidos del músculo ayudaban a que se juntaran las partes separadas, las caricias y los masajes con los dedos aliviaban las angustias y la conversación que mantenían las dos personas curaba el alma y dejaba el corazón como nuevo.
Era un trabajo largo y complicado, pero siempre le había dado buenos resultados. Hasta que un día llegó un hombre pidiendo ayuda. El joven se puso a trabajar rápidamente pero sucedió algo malo.
En cuanto se produjo la conexión, un escalofrío recorrió la espalda de Alex y su vista se nubló y perdió el equilibrio. De golpe, notó cómo unas sombras le cubrían y sintió pánico. El hombre tumbado en la camilla no entendía nada e intentó ayudar al joven a levantarse, que apartó su brazo bruscamente. Pero prácticamente no podía moverse, ya que tenía el pecho abierto.
Alex huyó y empezó a correr, sentía que las sombras le perseguían, que querían cubrirle y dejarle ciego, pero amaba demasiado el mundo como para dejar de observarlo, no lo permitiría.
Corrió por el campo y sintió como si el mundo le negara un refugio, las hierbas le ataban los pies e impedían que huyera, las raíces de los árboles salían de golpe del suelo para que tropezara y se cayera. Pero entonces vio una bicicleta. Era perfecta, le serviría para avanzar con más rapidez, tenía la fría sensación de que las sombras le encontrarían en pocos segundos y con la bici podría huir, aunque era de color rosa.
miércoles, 20 de octubre de 2010
Intentaba darse prisa. Necesitaba llegar a casa lo más rápido posible, pero no vivía cerca. Parecía que iba a llover y eso le puso nervioso. Se iba a empapar.
El día no había ido demasiado bien, deseaba que acabara ya, poder llegar a casa lo más rápido posible y olvidarse de todo. Pero antes tenía que ir con cuidado, llevaba algo muy preciado en la mano, no podía guardarlo en ningún otro sitio y, sobretodo, no podía perderlo.
Entró en su casa. Había empezado a llover cuando faltaba poco para que llegar, por suerte no se había mojado demasiado. Entró en su habitación, iba a guardar su tesoro.
Sacó un vaso y ahí depositó, junto con las otras, la lágrima. Después de contemplarlas, las volvió a guardar, para esconder sus tristezas, pero para recordarlas siempre.
domingo, 17 de octubre de 2010
Alicia (Parte I)
Alicia estaba sentada en el suelo, apoyada en un árbol enorme. Todo lo que veía era verde y hacía que se sintiese feliz. Llevaba un vestido nuevo de color azul, pero se estaba ensuciando. Seguro que su madre se enfadaría, ya se la imaginaba poniéndose bien las gafas y diciendo algo como “¿Pero cómo se te ocurre?” o “¿En qué estabas pensando?”. Pero en estos momentos no le importaba en absoluto.
Se estiró para poder acariciar la hierba. Sintió que podía tocarlo todo, que su cuerpo se unía a todo aquello que palpaba, incluso que se transformaba en árbol para besar las hojas con la punta de los labios.
Alicia no iría al País de las Maravillas, no aparecería ningún conejo para poder perseguirlo y empezar la mayor aventura de su vida. Ésta no era esa Alicia. Así pues, como no tenía la obligación de viajar, se puso a jugar. Le encantaba agarrar las flores y apretarlas con las manos para poder sentir con más fuerza el contacto con su piel. También le gustaba mirar los insectos e incluso tocarlos.
Por fin decidió levantarse del suelo. Se miró el vestido y se sorprendió. Vaya, cómo podía estar tan sucio, su madre se iba a enfadar muchísimo. Pero ahora ya no podía hacer nada.
Fue a buscar su bicicleta, la había dejado a unos pocos metros, pero no estaba. Alicia se asustó y se puso nerviosa, dónde podía estar su bici de color rosa, no había visto a nadie pasar por allí. Dio un rodeo por la zona pero no la encontró, así que se tuvo que ir a casa andando, triste y preocupada, a la espera de la bronca de su madre.
Todo lo que dejaba atrás Alicia se volvía oscuro y feo, pero ella lo veía todo verde y colorido, aunque estaba triste por su bicicleta.
Pero ya la encontrarás, ya, Alicia.
jueves, 14 de octubre de 2010
Día Cero
Después de tantas horas de silencio, siento que debo volver al día cero. No consigo entender qué ha pasado desde el último día, sólo sé que lo dejé y lo perdí todo. Tras pensar en ello, siento que mi vida no tiene sentido y necesito llenarla de color de nuevo. Me enorgullezco de los objetivos que conseguí, me disgustan los que fracasaron en el intento, pero me molestan los que hace tanto que están en el camino y he abandonado sin saber porqué.
Por eso regreso al día cero, para volver a empezar. Para recordar lo que significa soñar y ser feliz. Para encontrar mi camino. Para volver a latir y sentir qué significa vivir. Los latidos del corazón me harán saber que empezó la vida, que empieza algo nuevo, con miedo y desconfianza, pero al menos ya no escucho el silencio.
Empieza Día Cero, con la esperanza de entonces llegar al día uno.
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